Saliendo del cole en manadas: una educación sin valores

Como frase hecha, funcionaba bien en el dominio de lo popular; la gracia la perdió cuando a alguien se le ocurrió ponerla de nombre a su grupo de Whatsapp. A ESE grupo de Whatsapp. Al respecto de la posterior dimensión que ha adquirido la frase en los medios, lo mejor que se puede decir es que se adecua a su referente a la perfección y que, en efecto, el conjunto del que tanto se ha hablado lo constituye una fauna con todos los ingredientes y limitaciones de quien no ha llegado al estatus del humano. También se puede añadir una valoración escalofriante, y es que de lo que estamos hablando es de seres crecidos en un ambiente civilizado y moderno, en la Europa post y casi aún social, lo que les ha permitido disfrutar en torno a 13 años per cápita de sistema educativo civilizatorio y modernizante. Dos de ellos incluso han tenido más: las academias militares, signifique eso lo que signifique en materia de inteligencia, pero vaya, centros formativos al fin y al cabo.

Que tras todos esos años de educación y maduración en el sistema educativo el grupo humano al que nos referimos solo merezca la denominación de manada se deberá a una de dos: o a que el llamado sistema educativo se ha desvirtuado con el tiempo, y ya no sirve; o a que realmente fue desarrollado y constituido a conciencia como un mero simulacro.

Fórmula para criar manada

-Tú no estás aquí para educar -me dijo la directora-. Estás para tenerlos controlados durante una hora.

Esta historia es de hace unos meses. La viví en un instituto público con alumnado de clase trabajadora, en la Barcelona actual, provincia de Dinamarca. Primer mundo demócrata, nivel pro.

-Pero estamos en un centro educativo -recuerdo que le dije-, y soy profesor de Educación Secundaria Obligatoria.

-Te equivocas -insistió-, educar es cosa de los padres; tú estás para darles una información, y basta. Si aprenden o no, no es cosa tuya.

Volví al ataque.

-Son hijos de currantes, nadie les va a solucionar la papeleta futura, se merecen la mejor educación -había dos escoltas con la directora: uno me daba por imposible, supongo que me consideraba lo peor por no haberme reducido a la pragmática; el otro confirmaba que mis estadísticas corroboraban su fallo.

-El caso es que tenías que haberlos tenido bajo control, y no has sabido hacerlo.

-Soy profesor de Lengua. Tengo que darles pie a que hablen y razonen sobre, por ejemplo, las noticias del día.

En ese centro era tendencia poner a copiar a la clase entera como modo de imponer silencio. Yo lo hice también en alguna ocasión por poner a prueba el método, y me espanté de mí mismo. Comprobé que incluso el grupo más caótico dejaba de hablar y se ponía a copiar páginas enteras de manera acrítica, o a pintar o a rellenar huecos en los folios que les pasaba, les entretenía mucho. Decían que era lo que más les gustaba.

Que a ti quién te ha dicho que estás para razonar -me preguntó el coordinador, que sabía utilizar correctamente la interrogación retórica.

Cuando educar en valores era moderno

Recordarán que entre los avances que la LOGSE trajo con su promulgación en 1990 estaba el principio de educación en valores. Fue un breve verano del amor en la enseñanza. Durante algunos años, o algunos meses, tal vez solo durante algunos días, a las y los docentes se les impuso como prioridades lo que se denominaba contenidos transversales. Un ejemplo: la educación en el respeto a las diferentes culturas que convivían en un barrio. No había una asignatura concreta que comprendiera ese asunto dentro de su temario, por tanto era fácil abandonarlo en un ángulo oscuro y encargar de ello a no se sabe qué agente externo -la familia, el centro juvenil, ¿alguna sitcom?-. Bien: la nueva Ley Orgánica planteó la necesidad de que un asunto como este, crucial por la nueva realidad que se estaba viviendo con la inmigración, se tratara no desde una materia, sino desde una diversidad de ópticas: así, el asunto del respeto al diferente tendría espacio en la clase de Historia, con sus múltiples ejemplos del pasado, o en la clase de Plástica, donde podría servir de temática creativa, o en la de Lengua, donde se vehicularían los terrores o las dudas tanto como los caminos estimulantes hacia nuevas formas de relación social, etc. ¿Las matemáticas? También las matemáticas, y las ciencias, todas las materias -todos los docentes- tendrían algo que decir al respecto, con la consecuencia de que un asunto básico como el respeto al diferente, al recién llegado, al que siente y habla distinto, al final habría sido tratado entre las alumnas y alumnos desde una variedad de enfoques notable. Y lo que es mejor: unas y otros habrían empezado a practicar el maravilloso ejercicio de pensar.

Los valores que se debían tratar en colegios e institutos eran: la coeducación y la igualdad de los sexos, el respeto por el diferente -por el motivo que fuera: cultura, religión, género-, el rechazo de cualquier modo de discriminación social o económica, la formación del espíritu crítico, el cuidado del medio ambiente, la salud y los hábitos de conducta saludables, la prevención frente al consumismo alocado. Eran temas acuciantes en su día y siguen siéndolo, pero ya no se cultivan. O sí se cultivan: lo justo para mantener la apariencia de centros educativos civilizados y europeos, algo muy ponible en primavera-verano pero sin consecuencias reales. Por supuesto que todo centro que se precie ofrece alguna charla esporádica sobre sexualidad, impartida por el centro de salud más cercano, alguna exposición para concienciar al alumnado sobre ese demonio llamado alcohol o sobre el peligro de acabar tetrapléjico por conducir temerariamente, pero ya está. Nada de efecto ulterior. Nada que evite que en cada telediario volvamos a escuchar que ha habido un rebrote de machismo, que crece la violencia contra el que habla otra lengua, que se desmanda el bullying. Nada que neutralice la bestia que llevamos dentro y logre elevarnos a la condición de humanos.

Ah, sí: la formación en valores nunca llegó a materializarse en toda su dimensión. Años más tarde –y como si hubiera sido necesario– la LOMCE se encargó de clausurar la fiesta de los valores para reformularlos en uno solo: obediencia. Silencio en clase, y que todo parezca que funciona. Lo resumía a la perfección un titular de la prensa de aquellos días: “La Iglesia gana la batalla contra Educación para la ciudadanía”. La asignatura que al final debía garantizar esa parte de la formación que, en la práctica, no se estaba cumpliendo, acabó pasando a la historia. El concepto de valores, que siempre fue etéreo, terminó evaporado.

¿Y qué si no se educa en valores?

Nada. Si no se enseña en valores, lo más honesto es reconocer que, en principio, no ocurre nada. La rutina social no logra descarrilar, la vida sigue, independientemente de su calidad. Por no resentirse, no se resiente ni el antes conocido como “Sistema Educativo” que, como concepto, seguirá presente en el imaginario político. Verán: hay un factor altamente efectivo que hará que fragüe este nuevo y distorsionado “Sistema Educativo”: son las estadísticas. Un centro que quiera trabajar a fondo en valores y otro que los ignore de plano parten como iguales en una rutina de inspección cualquiera. No hay forma de medir la bondad o la belleza. La injusticia y la fealdad, sin embargo, se mantienen sobre actitudes mutantes por las que son susceptibles de aparecer en esos informes que manejan las administraciones como resultados magníficos de un instituto o un colegio. Basta allí con hablar de tendencias de mejora, evaluación por competencias, controles de calidad, proyectos diversos –especialmente si soportan algún logo de la UE–, etc. Con tal de que el resultado final sirva para refrendar una política perversa de aumento de la desigualdad entre colegios públicos y privado-concertados, el tema de los valores queda fuera de la puntuación final. De hecho, los centros a quienes sin ningún rubor los valores les parecen una memez suelen ser centros muy bien mirados por las administraciones. Como, por esa misma condición mutante de la que hablaba tampoco es posible numerarlos en una lista, carezco de estadísticas que poder ofrecer aquí para alarmarles un poco más. Me fío, sin embargo, de mi amplio círculo de contactos con docentes de diversas comunidades autónomas para afirmar que el asunto de la educación en valores sigue en vías de extinción. Tanto como el antes llamado homo sapiens, progresivamente constituido en consumidor.

Aquí un muestreo de lo que produce una educación sin valores: Ángel Boza, 26 años. José Ángel Prenda, 29 años. Jesús Escudero, 27 años. Antonio Guerrero, 29 años, guardia civil. Alfonso Jesús Cabezuelo, 30 años, militar. Todos nacidos hacia finales de los 80. Recuerden que en ese entonces la educación ya estaba universalizada y todos vivieron sus años de escolarización bajo leyes promulgadas en democracia. Que delincan pasado el tiempo es cuestión que no puede prevenir al cien por cien un sistema educativo, es cierto, pero, ay, ese regodeo en el relato, esa diversión de retransmitir su delito a través de mensajes high tech. Qué decir, además, de ese triste coro de lerdos que en la distancia los jaleaba y confesaba morirse de envidia por lo que La Manada© estaba experimentando. Todo cuanto hemos conocido posteriormente a través del juicio delata un plus de perversión en un grupo demasiado extenso de personas, como para poner de manifiesto el fracaso que ha sido la educación reciente en este país. Ninguno de ellos, tras su paso por la escuela, ha logrado superar la categoría de mamífero y sí ha sabido usurpar el título de ciudadano con humos y derecho al consumo. En tanto que manada, se han visto cargados de razones para consolidar la tendencia animal a no controlar impulsos, a no entender de límites. Virando a depredadores, también ufanos y autojustificados, han desconocido por igual el dolor, el amor, la humillación, la consideración, el afecto. El guardia civil Guerrero asumió el papel de epítome de la ignorancia en materia de ética cuando hizo su alegato ante el juez: “Ella disfrutó más que yo”, dijo. A falta de rasgo humano y civilizado, lo que queda es el neanderthal satisfecho y empoderado, la pura bestia. Será cuestión de días que se conviertan en líderes de audiencia –y modelo imitable para tantos jóvenes– cuando alguna tele privada se dedique a explotar el filón.

Sobre estos temas andaba Indalecio Prieto cuando resumió en una sola sentencia el objeto de un sistema educativo moderno: “Cuando no existen las posibilidades de educarse, de levantar dentro de la masa corpórea la estatua magnífica de un espíritu cultivado, no se es hombre, y mucho menos se puede ser ciudadano”. Los que trabajamos –y creemos– en la educación podemos aportar pruebas a diario de que seguimos estando lejos de ese propósito que anunciaba Indalecio Prieto. Enseñamos a medias, debatimos en susurros para no provocar a los exaltados, nos circunscribimos a unas pocas aulas donde resisten las y los convencidos, mientras la generalidad del gremio se ajusta a las urgencias prácticas de la administración y se sacude complicaciones. La consecuencia es evidente: de nuestros colegios e institutos salen en manadas seres que apenas si han alcanzado la condición de humanos. La de ciudadanos, ni se plantea.

lamarea

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