El TTIP y el secuestro del paisaje

El TTIP, así como ocurre con otros tratados de igual naturaleza, no es el responsable directo del deterioro paisajístico que sufren actualmente inmensos territorios del planeta, pero sí un elemento clave en la profundización de las causas que lo hacen posible. Porque el tratado exacerba las amenazas que transforman tanto la fisonomía como las condiciones ecológicas del territorio, así como los modos de producción en su relación con los recursos disponibles.

Si tanto el Convenio Europeo del Paisaje como la Convención del Patrimonio Mundial de la Unesco reconocen abiertamente la diversidad paisajística fundamentada en factores naturales, culturales o de una sabia combinación de ambos [ver recuadro], ¿cómo puede ser que ésta se vaya deteriorando año a año de forma alarmante?, ¿cómo puede ser que sus fundamentos ecológicos se vean degradados, sus valores culturales vayan difuminándose y su fisonomía homogeneizándose?

Las causas de esta pérdida responden todas ellas a los efectos negativos derivados de acciones antrópicas asociadas a un modelo económico que antepone los beneficios empresariales a los equilibrios ecológicos, sociales y paisajísticos y que desembocan en una transformación intensa del territorio. Y el TTIP y otros tratados similares, como el CETA, el TISA o el TPP, son armas en manos de las transnacionalespara llevar este modelo a todos los rincones del mundo.

En este artículo analizamos brevemente tres de estas causas, que no son exclusivas, pero sí determinantes, y que llamaremos submodelos, que forman parte del modelo económico global. Estos submodelos son demostrativos de cómo los tratados de libre comercio impulsan actividades económicas que son extremadamente perjudiciales para el entorno y contrarias al equilibrio entre dinámica ecosistémica y actividad humana como premisa para el bienestar de la mayoría de la población. Entre los submodelos que analizamos se cuentan el agroindustrial, el energético y el constructivo financiero.

Submodelo agroindustrial

El submodelo agroindustrial propicia en los países dominantes el abandono de las áreas rurales si éstas no participan de la lógica economicista imperante de igualar inversión a beneficio particular sin tener en cuenta que la actividad humana es imprescindible para mantener los parajes naturales o naturalizados en buen estado, sin por ello tener que poner valor de mercado a dicha actividad. De esta forma, la regresión del sector primario en los países occidentales y el despoblamiento de amplias zonas rurales juntamente a la falta de inversión en el mantenimiento del patrimonio natural y cultural afectan sensiblemente al paisaje.

Otras zonas rurales del mundo occidental y amplios territorios del sur global síparticipan de aquella lógica perversa practicando una agricultura intensiva altamente tecnificada y mecanizada, de bajo empleo, y que se caracteriza por los monocultivos y el uso masivo de pesticidas y otros productos químicos. Los monocultivos, ya sean cereales, soja, caña de azúcar, algodón o árboles como la palma aceitera, presentan los mismos problemas ecológicos y sociales.

Entre los primeros se encuentran la erosión y pérdida de suelo, agotamiento de nutrientes, disminución del volumen de acuíferos y desertificación, deforestación, disminución o desaparición de especies silvestres de flora y fauna así como de agroganaderas autóctonas, causas claras todos ellos de pérdida de biodiversidad.

Entre los sociales, pérdidas de tierras comunales acaparadas por multinacionales, pérdida de soberanía alimentaria al desaparecer los cultivos tradicionales, pérdida de la propia cultura autóctona y tradicional asociada a los ecosistemas originales y como consecuencia última desplazamiento de población al desaparecer la disponibilidad de recursos alimenticios y económicos.

Este modelo se implanta en grandes extensiones de territorios del sur global, se orienta la producción hacia la exportación y se pone “al servicio de los intereses de las grandes compañías transnacionales y de las oligarquías locales” (Rosset, 2006),empobreciendo y desplazando al pequeño campesinado local.

Los tratados de libre comercio favorecen a las multinacionales en su implantación en países del sur global cuyas condiciones climáticas posibilitan estos monocultivos, imponiendo en su redacción la desprotección de la agricultura tradicional y desregulando cualquier marco normativo que condicione sus expectativas comerciales. Tanto EE UU como la UE –negociadores del TTIP– presionan a estos países a través de acuerdos bilaterales para obtener, además de materias primas, tierras para productos agrícolas para consumo humano, pienso para animales y, cada vez en mayor grado, agrocombustibles, abriéndole el camino a las transnacionales responsables del mercado de semillas transgénicas y de los agrotóxicos asociados (Vivas, 2014).

Si el TTIP se llega a firmar, EE UU y la UE ejercerán una presión aún más intensa sobre los países del sur global en relación con el acceso a sus mercados y a sus regulaciones ambientales, teniendo como consecuencia “la consolidación del poder corporativo sobre los sistemas agrícolas y alimentarios, y la reducción de la capacidad de los gobiernos para garantizar alimentos seguros” (TNI, 2015). Los TLC firmados por la UE con Colombia y Perú, por ejemplo, abundan en este sentido, con la llegada de las transnacionales europeas que posibilitan “el avance del modelo extractivista de bienes naturales, la pérdida y deterioro de los territorios, la degradación ambiental y la pérdida de soberanía alimentaria” (TNI, 2012). De esta forma, el sistema ecológico y social del paisaje queda desprotegido al eliminar o condicionar el elemento gestor del paisaje diverso que no es otro que la propia población rural, conocedora de las dinámicas físicas y humanas de su entorno y las posibilidades de su manejo sin llegar a degradarlo.

Submodelo energético

El submodelo energético, que también podríamos llamar submodelo climático, es un claro exponente de cómo el capital transnacional antepone el beneficio inmediato de sus accionistas al equilibrio ecológico del planeta y a las condiciones dignas de vida de la población mundial. Las decisión de seguir apoyando los combustibles fósiles a través de nuevas prospecciones y de nuevas técnicas mucho más contaminantes como el fracking, que inciden negativamente en las emisiones de CO2 a la atmósfera agravando aún más la situación del cambio climático, así como seguir apostando por las nucleares a pesar del reciente desastre de Fukushima, muestra la falta de responsabilidad y de escrúpulos de estas transnacionales y de quienes las defienden en las negociaciones del TTIP y otros tratados similares.

Las consecuencias de seguir insistiendo en el uso de los combustibles fósiles son planetarias, no se reducen a los firmantes de estos tratados. El cambio climático, que es una realidad evidente que ya nadie niega, aunque siga siendo minusvalorado por las teorías negacionistas defendidas por los lobbies afines a las grandes petroleras, afectará al nivel del mar, a los fenómenos climáticos extremos como grandes sequías e inundaciones, a la agricultura y al sector forestal, provocará la extinción o redistribución de un significativo número de especies de flora y fauna, y afectará a la propia salud humana. Todo ello implicará, además, nuevos problemas económicos y sociales, así como desplazamientos importantes de población al perderse o deteriorarse los recursos de amplias zonas productivas devastadas por lo que Susan George denomina el holocausto climático.

Submodelo constructivo financiero

En los países dominantes, desde la expansión urbana de finales del siglo XIX asociada al crecimiento de la industria y a su requerimiento de mano de obra hasta el momento actual en el que adquiere una capacidad multifuncional, la ciudad ha pasado de soporte de la actividad económica a ser actividad económica en sí misma, con movimientos financieros especulativos asociados significativos en torno al valor del suelo y de la vivienda que han provocado la conocida burbuja inmobiliaria con los efectos desastrosos para las clases trabajadoras.

En los países del sur global la expansión urbana ha venido determinada por la penetración del capital en la agricultura a lo largo del siglo XX, singularmente después de los procesos de descolonización, reconvirtiendo ésta en agroindustria y el dispar crecimiento industrial en puntos concretos del territorio demandante de mano de obra, implicando ambas situaciones trasvases forzados de población del campo a la ciudad, lo cual ha generado una urbanización concentrada en muy pocos lugares con importantes bolsas periféricas de pobreza.

Pero en ambos casos la expansión urbana es la expresión espacial sobre el territorio de procesos políticos y económicos llevados a cabo especialmente por el capital privado. Estos espacios, grandes consumidores de territorio, son a su vez grandes demandantes de recursos como el agua y la energía y responsables de un fuerte impacto ambiental (fragmentación o aislamiento de ecosistemas, contaminación atmosférica, edáfica y de acuíferos, destrucción de suelos agrícolas productivos) y social (segregación espacial, carencia de equipamientos, servicios, transporte).
El TTIP, que sintetiza, como otros TLC, las aspiraciones expansivas del gran capital,promueve la desregulación financiera y apuesta por la libre circulación de capitales que permita la penetración de las grandes transnacionales en los grandes conglomerados industriales y de servicios (promoción y construcción de viviendas, construcción de infraestructuras y equipamientos, distribución y mantenimiento de aguas, suministro de energía, provisión de comunicaciones) de las grandes urbes, creando redes de dependencia y reduciendo la capacidad decisoria o de control de las administraciones locales y blindando las inversiones mediante mecanismos de arbitraje privado que actúan en caso de desacuerdo en la ejecución de lo proyectado.
De esta manera asistimos a la mercantilización del espacio urbano, donde la presencia tanto financiera como ejecutoria de las transnacionales es particularmente evidente en las grandes urbes del mundo, donde un puñado de éstas y de las grandes empresas de las oligarquías locales, que intervienen como socios preferentes, se reparten el funcionamiento operativo de las mismas. Esta presencia es también especialmente visible en las zonas comerciales donde las mismas firmas globales se suceden vendiendo los mismos productos y homogeneizando con su presencia el espacio físico que ocupan, sea éste el de las calles céntricas que ejercen esta función o los grandes centros comerciales de la periferia.

Si bien esta homogeneización se hace más presente en las zonas comerciales, de ocio o turísticas, se extiende al conjunto de lo construido, ya sean infraestructuras, barrios residenciales, polígonos industriales o equipamientos, adquiriendo la fisonomía general una cierta igualación de sus rasgos, lo que el geógrafo Francesc Muñoz denominó la “urbanalización del paisaje”, refiriéndose a una lectura estandarizada de las diferencias, constituyéndose “como un proceso absoluto de simplificación urbana, de pérdida de la diversidad y la complejidad que puede y debe contener la ciudad”, responsabilizando de este fenómeno a una cierta arquitectura y urbanismo al servicio de la globalidad.

Conclusiones

EE UU y la UE negocian este tratado, el TTIP, por dos motivos: el primero afianzar el modelo neoliberal del capitalismo en sus territorios y el segundo mantener la hegemonía global ante la irrupción de otros actores competidores o atajando cualquier intento alternativo que pudiera surgir en el sur global. Para ello nada mejor que asociarse en el norte con un supertratado y forzar a los países del sur a firmar tratados bilaterales o regionales comandados por uno de los dos socios. No se trata de dar poder a los estadounidenses o a los europeos, se trata de reforzar el poder que ya tienen las transnacionales, haciendo puramente decorativa la soberanía de los Estados. El TTIP, como sus otros tratados hermanos, afecta por tanto al conjunto del planeta porque, al dar el poder a las transnacionales en el que sería el mayor mercado mundial, éstas se verían libres de imponer sus criterios en aquellos que le interesan.

Las consecuencias de este modelo antisocial y antiecológico son devastadoras para el paisaje como entidad espacial que agrupa medio físico y humano. Como hemos visto en este breve recorrido por los tres submodelos enunciados, los propósitos no son otros que la maximización de los beneficios por parte de unas empresas que sólo se representan a sí mismas, absolutamente indiferentes a lo que indica la Unesco de que el paisaje es la expresión de la identidad de quien lo puebla. Y si el paisaje no es otra cosa que construcción cultural de lo que nos rodea, ¿qué queda de esa identidad en la inmensidad de un campo de soja o de palma aceitera, donde antes existía rotación de cultivos, diversidad específica, técnicas y semillas locales, acuíferos sin contaminar?, ¿quién puede reconocer como construcción cultural la pobreza extrema de un barrio de chabolas sin agua ni luz, sin condiciones higiénicas ni sanitarias, si antes, por mínimas que fueran estas condiciones, habitó un lugar digno?, ¿quién puede imaginarse diverso y diferenciado en los mismos centros comerciales que se extienden a lo largo del mundo como una ola de consumo y simplificación?, ¿quién puede sentirse asentado y seguro en un territorio que probablemente sufrirá cambios sustanciales debido al cambio climático?

El acaparamiento de tierras y los signos evidentes del cambio climático suponen y van a suponer grandes desplazamientos de población –expulsiones de facto– del campo a la ciudad, que en muchos lugares crece de forma desordenada y caótica, provocandomayores desequilibrios sociales y un agravamiento de la pobreza.

Decíamos al principio de este artículo que el paisaje no es inmutable, evoluciona con el tiempo en relación con su propia dinámica natural y con la ejercida por la actividad humana, y es probable que una cierta aceptación de una realidad impuesta nos haga conformarnos con paisajes comunes, homogéneos, de baja calidad, cuando no degradados. Pero para revertir esta situación de paisaje secuestrado y recuperar el equilibrio ecológico y social imprescindible es preciso dar un paso al frente, tener disponibles las herramientas de conocimiento y gestión del territorio que vuelvan a hacernos protagonistas del lugar que habitamos o en el que queremos habitar y hagan imposible la irresponsabilidad homicida del actual sistema económico.

Herramientas que nos hagan entender que el paisaje es un bien común, como el sol, el aire, el suelo y el agua, del que nadie puede apropiarse. No queda otra, pues, que establecer las condiciones para que cambie este modelo que atenta contra el medio ambiente y la cohesión social, o dicho de otra manera, trabajar para derrotarlo y volver a percibir, como dice la filósofa Marina Garcés, los paisajes como conjuntos de relaciones vivas que expresan lo que en cada lugar y en cada tiempo hemos vivido y seremos capaces de vivir.

¿Qué entendemos por paisaje?

El Convenio Europeo del Paisaje, aprobado en 2000, lo define en su artículo 1 como“cualquier parte del territorio tal como la percibe la población, cuyo carácter sea el resultado de la acción y la interacción de factores naturales y/o humanos”. Paisaje es, pues, el conjunto del territorio, sin distinción entre su encuadramiento rural, urbano o periurbano, y lo son tanto los de características excepcionales como los cotidianos o los degradados. El paisaje puede adoptar distintas apariencias según los componentes que lo definen –naturales, culturales, visuales, emocionales– tanto de forma combinada como individual, pero adquiriendo, aunque se clasifiquen, un carácter único y diferenciado. Los paisajes no son inmutables, evolucionan y se modifican tanto por causas naturales como antrópicas o por una combinación de ambas.

En su artículo 5 el convenio apunta a que cada Parte se compromete a reconocer jurídicamente los paisajes como “elemento fundamental del entorno humano,expresión de la diversidad de su patrimonio común cultural y natural y como fundamento de su identidad”. Este reconocimiento implica, por parte de las administraciones, políticas territoriales encaminadas a la identificación, caracterización y cualificación de los paisajes entre las que se cuenten la participación ciudadana, como elemento clave de la configuración espacial del territorio.
Asimismo, a nivel global, la Convención del Patrimonio Mundial de la Unesco define los paisajes culturales como “bienes que representan las obras conjuntas del ser humano y la naturaleza. Ilustran la evolución de la sociedad humana y sus asentamientos a lo largo del tiempo, condicionados por las limitaciones y/o oportunidades físicas que presenta su entorno natural y por las sucesivas fuerzas sociales, económicas y culturales, tanto externas como internas”.
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